Fue siempre un solitario
y su voz como lucero
encendía las multitudes.
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Despertaba con el sol
cantando a la libertad
rechazando los fusiles.
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Por los viejos arrabales
recorría sus caminos
y todo seguía igual:
Miseria y soledad;
fogones apagados
rostros macilentos
hombres sin trabajo;
casas semidestruidas
con paredes de cartón,
podredumbre en los techos
y fangosos pisos;
tristeza, prostitución.
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Y el sentimiento se hizo verbo
y su verbo fue voz rebelde
y le cantó verdades al tirano
y le habló de los pobres,
de los desamparados,
de los míseros salarios,
de patronos indolentes
que negaban derechos
y clamó con firmeza
por la justicia social.
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Y su voz alertó a las masas.
y hubo marchas,
hombres, mujeres
y estudiantes protestaron.
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Los gendarmes se alarmaron
y el clamor de libertades
fue considerado sedición.
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Y entonces
cerraron emisoras,
negaron la televisión,
y las voces valientes
quedaron en tinieblas
y la lucha fue en las calles,
en barrios y aldeas,
y el tirano acorralado
dictó la sentencia.
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Y llegaron los soldados
en carros celulares
y se escucharon gritos,
ayes lastimeros,
golpes de manguera.
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Fusiles y culatas
acallaron voces rebeldes
y conculcando derechos
profanaron templos,
violentaron hogares,
mancillaron lechos
cobrando la cuota del silencio.
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La cárcel abrió sus puertas
y voces sumisas
de jueces y verdugos
ejecutaron la sentencia.
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Y el hombre solitario
con su voz como lucero
fue encadenado
y se dejó conducir
sin resistencia.
Querían apagar su voz
sus ideales, su conciencia,
pero ya era tarde.
Había trazado el camino
y la lucha continuaría:
Las ideas habían florecida
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Del libro: Otoñal
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