Ribereños manglares verdes, tupidos bosques,
arrecifes e islotes que va tejiendo el mar
interminables frondas, de chitras todas llenas,
raizales y cangrejos, arenas turbias, sal.
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Alcatraces y garzas blancas que en raudo vuelo
se van tras nuevos rumbos, allá en la inmensidad.
nubes de púrpura y oro que en tus cielos azules
pincelan los destellos de un sol canicular.
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Viejos barcos que un día anclaron sus cansados cascos
los timones y quillas gastados de viajar
con sus puestos de mando, trinquetes, proas,
que hundidos en el fango parecen aún flotar.
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Camposanto de rocas donde agónicas olas
blanca estela de espuma van dejando al pasar
mientras aves parleras saludan con sus trinos
a todos los viajeros que llegan y se van.
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Ríos que fluyen de la escarpada sierra
serpenteando montañas, siempre ávidos de sal
quizá buscando un lecho para entregarse luego
a litorales aguas sedientas de la mar.
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Caracolas, corales rojos, furgones, conchas,
turbulentas corrientes en resaca y pleamar
pescadores, casitas de paja, botes, redes,
así es mi puerto viejo y querido Pedregal.
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Del libro: Otoñal
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