Yo no puedo creer que la niña esté allí muerta
aunque tenga en sus manos lirios y tez de cera
y estén sin luz sus ojos y las pupilas quietas
y aunque cuelguen crespones de luto y de tristeza,
la niña duerme el sueño que el llanto no despierta...
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No importa que el panteón abra sus vetustas puertas
y el carruaje agorero de muerte esté ya cerca,
ni que manos piadosas blancos cirios le enciendan,
pues la niña parece viva aunque esté allí muerta...
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Del campanario el bronce plañirá su honda pena
taciturna llamando para el réquiem la iglesia
y cuando hagan los ritos, mi plegaria sincera
porque el Señor, mi Dios, en su regazo la tenga...
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En romería iré junto a la carroza negra
con un ramo de rosas, claveles y azucenas
mientras sigue el cortejo; sus amigos tras de ella,
en el último viaje que jamás se regresa....
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Y cuando llegue la hora postrera,
cuando el sepulturero
de comienzo a su lúgubre tarea,
se volverán los rostros con tristeza
hacia la tumba fría
que silenciosa espera...
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Caerán sobre la caja los montones de tierra;
la boca de la fosa se irá haciendo estrecha
mientras vuelve a su seno, lo que fue siempre de ella,
sus despojos mortales, la materia primera...
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Un profundo silencio habrá mientras la entierran,
luego una cruz de leños, clavada allí le dejan
sin colorido alguno, pues se hizo a la ligera,
indecible con el tiempo, de la muerte su huella...
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Tornaré con dolor pensando en la amiga aquella,
en el ciclo de vida que la parca ahora cierra;
en la niña que creí viva y que allí está muerta
y que en compañía de otros muertos sola se queda...
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Martillarán mis oídos el ruido de la tierra
que golpeaba inclemente sobre la caja negra
y en mis recuerdos siempre estará la niña buena
que llegó un día a ser madre y que ahora está muerta...
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del libro: De luto visten las albas
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