Aquellos días febriles de marzo los guardo en la cajita musical de mi memoria
Como el sol pintaba de luz todos los suspiros, todas las motas de polvo
Aquel cielo un teatro de marionetas a veces grotescas a veces angelicales
Según sea la demencia del día.
Esperaba yo como gusano en crisálida algún pretexto para revolotear entre las espinas del limón y así dar rienda suelta a ese sádico y puntual deseo, una coartada más para olvidar.
Cuando caía la noche morena y escaseaban las estrellas yo me untaba el rostro de escarcha
Sonriendo cual idiota bajo el manto de esa oscura guillotina
Habiendo cocinado a fuego lento mis amores arroje la cremallera al norte del infierno
Y espere con la codicia de un bastardo la comparecencia de sus ojos marrones
¿Quién diría que profanando la Santa palabra de los fatuos clérigos comerían las migajas de mi mano como palomas en celo?
La predica resulta sencilla cuando las miradas están perplejas y la hojarasca cubre el oro más puro bajo un fango de lodo
Había decidido en el trayecto final de mi vida auto-proclamarme ciego, sordo, ¡bestia!
De tal modo no tener remordimientos de mi pasado
Pero los gritos de mi conciencia repican como tambores africanos, la piedra en las sandalias del Rey David.
¿Qué dirección tomar si naufrago entre tiburones? Desde la pestilente calma del suelo…
¡Qué difícil distinguir las águilas de los rapaces!
Más cuando la embriaguez de los sentidos seduce la realidad de los mortales
En la estación del mango, los lirios y las cenicientas.
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