1.
Desde la cama un niño orina a las hormigas.
Leyendo, en otro cuarto, un viejo sueña
cruzar las aguas junto a Hemingway.
Mira el mar, mece las piernas y llora;
llora por las ballenas, por las gaviotas
y por el pobre pez atrapado.
Se persigna; hunde las piernas
en el mar del pez Esqueleto:
«padre nuestro, no me abandones»
con esta osamenta que perdió sus carnes
«por los siglos de los siglos».
(El hombre cierra el libro);
el niño abraza la luna,
sueña con remos y veleros,
con dorados, con delfines;
murmura, rema y bebe su rosario,
tranquilo, como un barco a la deriva:
como Santiago pensando
en la Virgen de los Cobres.
Ya despierto,
vuelve a guerrear con las hormigas.
El viento lo interna al horizonte
donde cabalga, desnudo, leonírico,
tras el corcel de los mares.
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2.
¿Soy hombre?
Es decir:
ser de las esporas,
o animal de los silencios.
¿Acecho como un jaguar
en la selva de la muerte?
¿Soy parte de las cosas
y cada cosa de mí es parte?
(Es un decir)
¿Hay caminos para preceder la ruina
y mirarse desde fuera del cadáver?
(Es un decir: ¡Soy sólo un hombre, no soy dios!)
Como otros espero,
doy vueltas,
y vuelvo a mis andadas;
me urge atrapar la vida
de otros pasos.
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4.
¿Seré un punto alargado
en el cruce de una mira?
¿Puede atrapar la vida el alma de una lente?
¿Reconoce alguien tu rostro?
¿Tanto habrás viajado?
¿Es el cuerpo el que busca espacio
dentro del ojo
y se alinea en la caja?
Un disparo te recuerda el primer beso,
el golpe la palabra pan.
¿Dormirás para siempre?
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