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Bitácora del escarnio,
(o la noche de la huida)
por Alex Mariscal

                                    Viendo los bichos
                                    que estábamos solos,
                                    iniciaron la masacre.
                                    Génesis 0:21 a.m.

1.
La piedra -en su dura soledad-
interminablemente da vueltas
hacia el abismo.

Una noche
siente el corazón petrificado.

Se sabe completamente
un trozo de roca.

2.
Dame un poco de tierra
dijo el ángel,
y te daré con mi aliento
un puñado de hombre.

Dame una astilla
y dejarás de andar solo,
volvió a decirle.

Fue cuando habló
por fin la criatura:
-¿Qué nombre le pongo
a este raro animal?-

Al mirarlo de cerca
reconoció sus propios huesos
entre las capas de tierra.

Lamió sus piernas
y sus ojos se abrieron;
descubrió el divino sabor de la tierra.

Huyó entonces
enloquecido.

3.
Estornudo,
tarareo mis suelas sobre el mármol.
Pirueteo mis párpados
para ahuyentar el sueño.

Quiero romperte silencio,
quebrar tus puñales.

Los presos tienen los ojos abiertos.
Las estrellas cuelgan del balcón;
el Universo entero está en fiesta.
Sólo a mí se me llenan los ojos de arena.

El fusil es un cadáver
que aferra mis rodillas.

Quiero gritar,
danzar mi sombra,
meter fuego en las pupilas.

Quiero apresar el árbol del cielo
poblado de naranjas.
En sus ramas
la luna escucha todavía cantar a los bardos.

Quisiera pellizcar a guiños
la piel morena,
pero el frío pone grilletes a mis ojos
en los corredores del cansancio.

4.
Primero fue el ruido,
luego el huracán sin brisas;
una lluvia que no caía
ensordeció a los guardianes

No hicieron caso,
les había agotado el rosario
de alertas, prácticas y simulacros.

Era la hora del sueño,
del engaño:
el cielo encendía su güarichita de láser.

No hubo tiempo para abrir los ojos.
Los párpados pesaban bajo
tantos arneses colgados en el árbol.

Fue el silbido mortal.
Sólo bastó persignarse;
había iniciado el fuego,
imposible fue,
ver el rostro de los bichos.

5.
Enrojeció la cuadra;
el espanto perforaba el aire.

Esperamos.

Estuvimos solos,
-solos‑
como un siglo después del paraíso.

Llovía,
se nos vino encima
una bandada de nubes.

Luego apareció la luna
de mis infancias.
Esa fue la primera noche
que dejé de corretearla;
nunca más volvió a moverse.

Los árboles mecieron sus ramas
dentro de mi frente.
Alguna vez había leído a Paz
(el mexicano).

Hoy vuelvo en paz a su palabra.
El fuego de un árbol germina
en las profundidades de mi cuerpo;
las semillas
estallan en mi cráneo.

6.
La noche colgó sus armas bajo el árbol

Soñaba con regalos
y el pavo de año nuevo.

La casas -llenas de pertrechos-
también dormían;
les había entrado
el veneno del cansancio.

Por sus hendijas
escapaban duendes.
La masacre
colgaba sus carnes
en las podridas barracas.

7.
Todo me golpea.
-Las piedras es natural,
lo sé perfectamente-.

Las plantas rasgan
caminos en mi aliento.

La lluvia me acaricia
con sus látigos.
Muerdo el olor del llanto:
cataratas de olvido
arrastran mi cuerpo.

Soy roca dividida,
carne,
célula de toda cosa sólida:
átomo,
maíz desgranado
en busca de mi origen.

8.
Apunto una palabra sobre la selva
y la veo rodar
-como una mosca‑
sobre el verde mar.
La veo hacer piruetas -como un halcón‑
en el techo de un abismo.

Abrazo el horizonte,
oigo pasos ardientes.

Vuelvo a poner el dedo sobre la llaga,
como un hombre en la noche
sobre el buen camino.

Voy signo a signo,
siglo a siglo
arrancando rencores.

Tengo espigas amarradas bajo la lengua.
Antorchas encendidas por palabras.

9.
Mi lengua es un bosque.
que florece candelabros.

Crecen, también
animales mudos.

De signadas voces está llena;
de niños, de difuntos.

Está llena
de muertes, de estaciones,
de señales y relojes;
bajo mi lengua yace un cementerio,
a esta hora lo muerden mil escarabajos.

10.
Siento sus mandíbulas
entrar en mis palabras.
Un rinoceronte
embate el tronco del árbol.

La tierra se estremece,
los animales pequeños huyen;
los hombres sueltan sus armas
y esconden sus cabezas en la hojarasca.

Hay un insecto
sembrado en la savia de mi habla.
En su cauce flotan mundos extraños,
una avalancha de cosas dichas.

Bajo mi lengua crece un escarabajo
que fermenta mis palabras.


La Habana, Cuba, 1997.

1° Premio Esther María Osses, IPEL 1998.

Del libro: Bitácora del Escarnio.


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