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El último día,
(Cantata)
por Jarl Ricardo Babot

1
Alguien yace en el secreto del té con limón
y almohadas cubiertas de melancolía,
mientras la risa que rodea al mundo
ha vuelto a desafinar: se oye y no se cree.

Llueve y se oye un zumbido:
un insecto se estrella contra el cristal
de la ventana.

Es incurable”, se dice el hombre a media voz;
mientras toca sus rodillas, cada vez más secas.

2
Su pecho fue tronco de árbol junto a una mujer callada,
envuelta en lágrimas, bajo el sol hirviente de la despedida.

“Con calma, doctor, con calma”.
“Llevo más de ochenta años, resistiendo”.

Y suena otra vez la risa.

(Sigue desafinada.)

3
El desayuno será a una hora cualquiera:
a las nueve.
Consistirá en un exagerado trozo de soledad
en lucha con los labios temblorosos,
anhelantes.
Por la ventana entra el insecto que zumbara antes.
(Atravesó el cristal y es más viejo de lo que nunca
                                                                   /hubiera podido
                                                                              /imaginarse:
de seguro, morirá muy pronto”.)

4
Entonces, soñó con el taburete.

Era un mueble
lleno de tiempo y por lo tanto ajeno
a todo grito                a toda voz.

Lo soñó por primera vez la noche en que murió su abuela
y era grande y pesado, muy pesado. Ya no:
angustias propias y angustias ajenas
lo habían ido consumiendo cada vez que se le aparecía
/en sueños;
sueños matinales,        sin orejas         ni dientes, con ojos
/lejanos,
y sonrisa      mal      disimulada; pero de pronto una tarde,
/fue cuando logró
ese tamaño y ese color ya ahora de hoy:
inalterable

(“Seguro que nunca cambiaría, seguro...”)

Mientras el insecto caído en el té ya frío,
se ahogaba...

5
Un largo bostezo lo despertó.

Provenía de
algún cuarto vecino. Hacia allá dirigió su oído,
toda su
atención. En vano: no había vida       más allá     del lecho
/envuelto
en gran tensión.

6
Examinó sus ropas:
se había vestido de forma tal que de vivir su abuela
                                                              /de seguro
le habría azotado las nalgas              siempre al descubierto.
Pero se vistió así, poco a poco, lentamente, día
                                                  /a día;

añadiendo cosas, objetos, sentimientos. El resultado era
un conjunto bello y cruel;              que nada afirmaba,
que nada negaba.

Ella, (su abuela), habría gritado bajo el naranjo
/podrido de querellas:

“¡Santo Ciclo!, ¿qué haces con ese universo roto y sin
/lumbre, vagabundo...?”

Puso sus labios en el hueco de una manga

     y aulló:               como todo un perro.

Fue perfecta salutación, porque el aullido le concedió
/la gracia del rabo,
y lo movió...

(Era un reto: al tiempo,               y sobre todo,
a los fantasmas.)

7
Todos los retratos,         de todas las mesas,          y de todas
                                                                              las paredes,

(y hasta los más ocultos, allí, en el fondo de los baúles),
han sido vencidos.

¡Qué solos quedaron los marcos en la Hazaña sin compostura
/de las tinieblas y los roedores...!

¡Y qué paz, por Dios, qué paz, en los perfiles que estallaban
/al parecer, por dentro
y en secreto...!
(Rió con ganas y cantó destartaladamente y con errores:
“perfiles tuvo el látigo, las uñas, el cuchillo y la tarde”.)

8
“Pobre madre mía”. “Siempre
pobre madre mía: Verónica a las seis,
limpiando el rostro del condenado”.
Obediente, lisa como una piedra. Lavando los caminos,
inventándose unos ojos salvadores. ¡Pobre madre mía!
Santa, santa, santa.

9
Volvió a sangrar: ¿quién limpiaría sus encías y sus
                                                                    /rodillas?

(Por fortuna, nuevas tinieblas envolvieron el lecho.)

10
Tenía un cómplice: el llanto.
Se aliaban a menudo, ahora ya casi siempre, a cada
                                                            /instante.
Pero era un cómplice inseguro: a veces, (y cada vez
                                      /con mayor frecuencia), llegaba en público;
y la gente se volvía para mirarlo (mirarles), con burla
                                                /e indignación.

Ah, es que las lágrimas deben ser secretas, encajonadas,
/domésticas;
y no deben brotar nunca, ni derramarse por allí.
Odiaba, en lo más oculto, (y profundo), de su alma y de
/su traje,

al cómplice que tenía. Y se decía: “Sólo debieran llorar
/los niños;
es decir, el llanto necesita de una sola edad: la de los
/infantes más pequeños. Luego
se llena de trucos y mentiras. Y pierde su sentido:
/su razón de ser.
(y hallándose en tales reflexiones, su cómplice llegó...)

11
“No, doctor, el dolor no me tortura”. (“Es grande, solamente...”)
Lo adularon: “¡Cuán valiente es...!”

Y le entregaron, como premio, un geranio.

12
Oh, los geranios. Los geranios de la abuela.
Capítulo de dicha       y de desgracia.

Porque sin querer,         ni proponérselo,
los fue rompiendo           uno a uno;
sin detenerse,          sin apiadarse,
al escuchar el llanto terrible
de su abuela:            húmedo.
sin frontera ni solución.

Sólo gritó cuando ella, al fin, descargó el látigo
y siguió gritando luego           y siempre después,
porque conforme a lo esperado, (y a lo natural),
(sobre todo),                 lo azotaron
cien días y cien noches
hasta cuando sus lágrimas           hicieron florecer
los nuevos geranios.

13
Y cuando florecieron, la abuela los negó.
“No son geranios”, sentenció mientras los labios
                   /se revolvían como gusanos en fiesta.
Y naturalmente, lo azotó.
Y lo siguió haciendo, a menudo, introduciendo
                           /nuevos motivos acumulados
al tema inolvidable de los geranios.

“Por las mariposas sin alas, por las rosas a las que
/quitaste sus espinas, por los dados
/cargados, por el manto sagrado, por las sillas
/enlodadas, por la aguja en la cama, por el
/gallo asustado;
y por todas las otras faltas nunca descubiertas
y tampoco nunca perdonadas: millones de geranios destrozados.

14
Ahora tenía, otra vez, el geranio en sus manos:
                              y lo besó,
                              y lo lloró,
y nuevamente,     y como antes,       y como siempre,
lo destruyó,
lo destruyó,
lo destruyó.

Y acto seguido puso las nalgas al viento cerrado
/y enfermo de la habitación,
y esperó,          y esperó.

Finalmente, gimió: “¿abuelita, abuelita, dónde estás
con tu látigo, abuelita?”.

15
Se sintió,    ¿cómo decirlo?, dentro de un vaso
lleno de agua.

Bebió despacio              el agua

como descifrándola;
como barco que la recorre y ama.

Bebió despacio         el agua,
mientras lloraba.

16
“¿Recuerdas...?”                   “¿Que...?”
La mujer que desapareció
un mediodía.
Sí.
Se fue
revoloteando.

17
Sí. Era
una tontería. Como todas
las de su vida: vida tonta,
de cama,
de espejo,
de armario.
siempre con frío.

18
Gritaron: “¡Feliz Cumpleaños!”.
No.
No era el suyo.
(Tal vez el del pianista que conociera
y que siempre cumplía años. Con las velas
apagadas. Y el tambor
sonando. Las cadenas
alrededor del cuello.
Siempre cumplía años.
“¡Sopla, apaga las velas!”, ordenaron.)

19
Santo Cielo, qué oscuridad.
Pero no. No iba a encender luces.
La oscuridad, solemne, con busto enorme, se revelaba
                                                      /desnuda;
frondosa, llena de susurros. Se detuvo junto al lecho
y se le metió entre las sábanas. (Se tornó entonces
                           /pequeña, minúscula como él;
que la acariciaba y besaba.)
juntos lloraron, juntos se amaron, juntos recordaron
y rieron; juntos cantaron algunas obscenidades (con errores),
                                                  /y juntos nuevamente
lloraron.

20
Entonces, le propuso que tomaran un poco de té.

Y al volver majestuoso los labios al agua ya fría
/del té,
el té le devolvió el cuerpo sin vida del insecto
/que antes volara.
Sintió que se alejaba: en un caballo todo de humo,
iba junto a un payaso que cargaba un monito;
y se rió. Aún en ese momento supo por qué se reía:
su abuela le había dicho tantas veces: “cuando sientas que
/te mueres, pecador asqueroso, y para
/que salves una parte al menos
/de tu alma, pide perdón a gritos,
/ ¡pide perdón a gritos!”.
Mas él no dejaba de reír.

Oh callejuelas del alma, oh burdeles, oh María
y las demás enlutadas; riamos, riamos. Riamos,
naufragios y sogas            tardes e incendios:
disfraces y muros              vinos y poemas,
entierros, amores. Riamos, geranios del alma.
Riamos.
Riamos.
Riamos, oh tierra.                Riamos, oh vida.
Riamos.

EPILOGO:
Abajo, en la calle, la multitud detuvo su marcha:
no era posible tanta dicha, tanta felicidad en
                         /algún lugar;
y dijo la multitud, riendo a su vez, con desdén:
“¡Algún actor, que ensaya un papel...!”


(*) Este “extraño poema” cierra una trilogía que sobre la muerte ha escrito Jarl Ricardo Babot; la misma fue iniciada con “Canción del Cálculo Perdido”, poemario grave y solemne y sobre todo, plenamente elegíaco; data de 1968; sigue luego. “Trompetas Oxidadas”, que va abriendo nuevos senderos e introduciendo otros temas: amor, olvido, soledad, abandono y sobre todo, “vida en la muerte”. Data de 1970-73; y concluye el ciclo El Ultimo Día, (Cantata), escrito en 1981, días después de morir su padre.

Lotería entrega a sus lectores el texto completo de este poemario, inédito en su totalidad.

_______________________________
Publicado en: Revista Lotería. Números 338-339, Mayo-Junio, 1984. Lotería Nacional de Beneficencia, Panamá, 1984.


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