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Mariposa en la memoria,
por Mariafeli Domínguez

hay generaciones...

Hacemos un recorrido
por la inconsistencia de tu historia.
Tierra del rebozo,
acostada y silenciosa mariposa en la memoria,
y como si no importara nada,
estas generaciones incansables
se mueven,
se atropellan
se besan,
lanzan gotas de pesadumbre en la calle sudorosa,
en las mieles de la acera.

Hay generación de tumultos
que desciende sin fijarse
por las veredas oscuras
de los patios sin final,
donde subyacen los encuentros,
las manos y los ombligos
de los hombres infinitos.

Son los vientos que silban
las tonadas del mutismo,
en las bocas y en los brazos,
en las comidas dibujadas,
en los pendientes de la vieja,
en la paz que se aparenta
en el malecón de remembranzas.

Esta es la generación
de un pueblo de fantasmas,
ahogada en hedores propios
y en la interminable lluvia de mosquitos.

Aquí,
nuestra generación cose sus palabras.
Con sonrisa de amargura,
hace notas, grandes, más grandes o pequeñas,
aquí, en el cuaderno de la historia.
Hilvana con los hilos del silencio
los bancos de la escuela,
atrapada, asustada,
mirando al que levanta la voz
y grita y maldice y santifica.

Esta generación de melancólicos
hijos del sigilo y del desconcierto
nombran lo innombrable
mientras que los otros nos leen
con las caras arrugadas
y no entienden de páginas bonitas,
ni de letras alteradas o cambiantes.

Este es el absurdo del presente
que no vive en las pisadas ya borradas.
Es, de nuevo, el incierto presente
que aúlla en los tímpanos
de las calles polvorientas,
en la madrugada que agita
banderas de sudor.

Estamos en un trópico
donde los pobladores,
con los rojos ceniceros en las casas,
aterrados miran y notan
que hace falta una tabla
al espejo inmortal de la ciudad.

Generación de pescadores,
de niños con barrigas abultadas,
de ladrones al acecho
que miran la luz del cementerio
que los llama a cantar
los cuatro tonos de la lluvia
con los viejos habitantes del mar.

Serán inmensos los escollos
ocasionados por el peso de los huesos;
también serán profundas las heridas
de los ríos en los dedos atornillados del canal.

Y otra vez,
volveremos a ser la enlutada y taciturna generación
surgida de la harina de la tierra,
del curso de los ríos,
de la hoja de la montaña;
dominada en el pensamiento y en los gritos,
agitando las cadenas,
aprobando cada gesto con una señal.

Estos hombres de pequeños gestos
y grandes absurdos
aguardan,
con lluvias de mayo, junio y julio,
con canicas de colores
y dedos ensortijados,
la llegada, el momento, la partida final.


Como si pudiéramos evitarlo/selección
Publicado en: Temas de Nuestra América, No. 132, febrero, 1993.


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