Los ojos me duelen de tanto mirar.
Y es que no sólo he visto un simple agujero
a la orilla del recuerdo;
he visto una lámina casi transparente
que nos separa de la vida.
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Y esa vida nos resulta casi siempre
un trozo de mar arrancado
del recuerdo ajeno
cuando habitábamos otros cuerpos,
otros tiempos.
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Y yo sigo mirando,
ocultando en los ojos ese sabor
amargo de la apropiación indebida.
Sigo escuchando.
La gente, muchas veces, no comprende
que tal vez no quise dejar
jamás ese sitio.
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Y me propuse decir algo
y no salió nada de mi boca;
apenas un sonido gutural
parecido al llanto,
parecido al grito,
parecido al susto de la vida.
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Otros,
muchos,
dicen que poblamos espacios
que realmente nunca
han sido nuestros.
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¿Y Yo?
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¿Acaso conocemos todos los espacios,
acaso somos dueños del reflejo
absoluto de todos los rayos del sol?
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Ojos que miran desde afuera hacia
nosotros.
Ojos que te ven desde el puesto de atrás.
Ojos que no saben qué miran.
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Y sigo mirando desde la ventana
y un invierno de aquellos
que mis ojos ya olvidaron
logró arrancar
un humo blanco
a la inocencia.
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He sabido siempre
que otro ocupa este espacio
y que aquí,
mirando desde la ventana,
alguien mira desde mis ojos
esa llanura salobre
del lejano presentimiento.
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Como si pudiéramos evitarlo/selección
Publicado en: Temas de Nuestra América, No. 132, febrero, 1993.
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