Hay caracoles dispersos
en una playa sin final,
piedras arrinconadas
a la vera de un camino;
hay un árbol grande, muy grande,
que contemplamos fijamente,
y que nos mira con la angustia de querer.
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Es que nos quitan los sueños,
es que permitimos tantas cosas
otrora prohibidas...
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La aventura de un mañana
nos niega su visión
en la infatigable hora de morir.
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Y la muerte es
la gran hermana del susto
que acaba por envolvernos en el manto
de la nada y nos humilla en la vida.
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Soportamos todo,
miradas y miedo,
pero no quisimos entregarnos
al encuentro casual,
al silencio de una llamada,
a los gritos del dolor.
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Como si pudiéramos evitarlo/selección
Publicado en: Temas de Nuestra América, No. 132, febrero, 1993.
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