Si me hubieran dicho
No podemos concebirnos como
no existiendo.
M. de Unamuno
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Si alguien me hubiera dicho
que mi padre moriría algún día,
no le hubiera creído.
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Pero mi padre murió, con las últimas lluvias del año,
de repente, un día.
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Y nunca más lo vi
y nunca más toqué sus manos,
manos abiertas a la esperanza de todos
y a la vida que le jugó una mala pasada.
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Me detengo ahora
y miro las cosas, pero no tienen la uniformidad de antes.
Todo tiene un gusto distinto,
hasta el agua de todos los días.
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Miro al sol que alumbra indiferente,
como si nada hubiera pasado;
miro los rincones que nos fueron comunes
y la mecedora que no se mueve más
y siento una impotencia insoportable.
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Quiero ser quien mire por sus ojos,
quiero ser la hoja que toque sus manos,
quiero abrir los brazos y abrazar
el silencio que lo acompaña.
Quiero hacer tantas cosas,
que no sé si me alcanzará la vida.
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Y sin embargo,
creo en su vida
y no en su muerte,
porque él llenó de aroma el mundo
y el mundo fue aroma
mucho antes de su muerte.
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Ahora
miro, camino,
lloro en silencio
y recojo y humedezco en silencio los recuerdos,
pero yo lo sé,
lo sabemos todos:
es la vida que,
enlutada y cobarde,
acompaña los días en la perseverancia del tiempo,
y es que el mismo tiempo
va haciendo de la resignación
una forma de vida.
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Porque mi padre
lo fue todo y lo hizo todo:
desmadejó el orgullo,
miró las contradicciones
y estableció entre orgullo y contradicción
el enigma de la muerte,
y así se fue, por siempre,
con el refugio de la noche.
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Publicado en: Cuaderno Cultural No. 2, septiembre de 1986.
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