El mar, que pulsa sus abstracciones,
el río milenario, Chagres, su historia,
anteceden, en esta tarde de oro,
la caravana de pensamientos
de quienes reunidos, cerca de escombros,
vemos la majestuosidad del ocaso,
a tiempo que la brisa del Caribe
desdobla las cámaras,
y los remolinos de aguas opuestas
siguen ensayando sus ballets.
Hemos sido átomos de un tiempo
tan posterior a estas ruinas,
a estas duras fortalezas.
Nuestra curiosidad alerta exige
que estemos aquí, en diciembre,
para tributar un minuto de observación y sosiego,
a lo que fuera puerta y llave de un país en germen.
Con cuanta unción recobramos
tus almenas, Fuerte de San Lorenzo,
tus pétreas y silenciosas murallas,
tus gélidos sótanos y fosos arrebatados,
y bóvedas de roca pulida,
si fuiste como la iniciación
de una promesa,
si, como la madrugada, presagiaste
una jornada de luz,
si, pese a tu devastación actual,
trazaste el puente entre el Atlántico inmenso
y un río verde y selvático.
Hoy, divisando manglares y arenas blancas,
desde tu cúpula,
sabemos que el panorama
levemente cenizo que cierne esta soledad,
este yermo monumental,
tiene algo de elevación y de patria olvidada,
vuelta a recobrar felizmente
luego de tantas vicisitudes
con la misma alegría de Ulises
cuando, cansado de recorrer el mundo,
oteó los tutelares relieves de su isla
y sintió que se encontraba a sí mismo.
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