Era una tarde rubicunda y vaga
el fulgurante sol
parecía una ardiente llamarada,
un arrebol.
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Y pasó junto a mí cálida, bella
su radiante figura de ilusión,
y a la luz vespertina, serena,
un ósculo estalló.
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Su risa argentina inundaba
al gélido parque otra vez,
musitamos alegres palabras
en la sombra del viejo ciprés.
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De la suave campiña brotaban
margaritas de aroma sin par;
destréncelas del musgo silvestre
y, tomando su mano lilial
pétalo sonrosado y transparente,
verso de Hugo candente, musical,
“ahí las tienes”, le dije, “son tu alma
vuestra psique do reina la calma
un perfume un deliquio fugaz”.
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¡Oh las pasadas horas! ¡Ay qué prestas
os pasáis hurtándome el amor,
dejad al tiempo refrenar su vuelo
y su pasión!
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10 de febrero de 1965.
Del libro: Hacia un anhelo.
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