En la gótica nave del templo bizantino
se yergue una figura radiante y misteriosa;
imagen delicada que impele a lo divino
de blonda cabellera bruñida y vaporosa.
Una diadema ebúrnea circunda su cabeza
do el jaramago núbil se hilvana con la rosa.
Mientras el sol declina, con singular destreza
un rayo decadente cuélase por la ojiva
de la augusta capilla; allí una virgen reza. . .
es pálido su rostro, y su mirada esquiva.
El clavicordio suave perlaba en sus sones
ascéticos acordes de impavidez cautiva.
Un trovador adusto pasa los torreones
musitando romances y baladas triunfales,
canta al efebo grácil, rey de los pabellones,
ganador de las arduas justas primaverales;
elogia en versos de oro a un autor elocuente,
el vate que en celestes arias y madrigales
alaba la hermosura palpitante, riente,
de una doncella pura que sumerge su cántaro
en el agua impoluta del chorro de la fuente.
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