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LA OTRA MARILYN,
por Roberto McKay


Marilyn

Hundió el índice y marcó, despacio, los cinco números. Al otro lado un ruido monótono le decía que no iba a poder ser.

Colgó los guantes.

La almohada estaba dura. Sin embargo, apoyó la cabeza porque tenía que recostarla en alguna parte. Pesaba tanto. No hizo ningún gesto, pero sintió alivio. Y una sensación como de que flotaba. No en el aire, no, sino en una masa dispareja donde su pie quedaba fuera y algún dedo de la mano también se salvaba o se perdía.

No recordaba. ¿Dónde había quedado el recuerdo? Por ahí, en algún sitio. No era importante recordar. Y daba vueltas. Encima o dentro de esa masa caliente, tibia, fría. Sí, fría. Pero más frío tenía su dedo fuera y ya no podía señalar, y resultaba imposible asirse a algo.

— Estoy dentro, desaparecida.

Marcó. Cinco números. Persistía aún ese ruido monótono que ahora no lo resultaba tanto. Se quedó quieta un instante, escuchando cómo se perdía el ruido porque ella volvía a entrar a esa cosa dispareja y ya no era posible saber en qué momento era la salida o la entrada. No atinaba. No llegaba el recuerdo y mucho menos la precisión de una salida. No era un tren. Era algo frío.

Sintió necesidad de apoyarse en algo. Sólo la almohada y era dura, la cabeza le pesaba siglos. Se apoyó e hizo un gesto, pero fue imperceptible. Tal vez sólo fue que su mano se crispó y derramó el frasco. Quizá quiso definitivamente colgar los guantes. Los guantes.

Trató de asirse, pero ahora sí, la masa la envolvía toda y daba vueltas. Al menos ella sentía que daba vueltas. Recordó.

Ahora simplemente sales y alguien tiene que ceder: yo, otra vez, la otra. La misma, la del calendario, desnuda, en pose. La gente gritando no.

Marcó otra vez los cinco números. Realmente eran cinco O seis. No recuerdo. El mismo ruido. Es allí. ¿Por qué? Se deslizó sobre la almohada. Un gran cansancio la recorría por la espalda desnuda. Sudaba, claro, era evidente. Dos hilillos de sudor se deslizaban por su frente, en las raíces del cabello, más oscuras que el resto. Era necesario un nuevo tinte. Oxígeno. Claro, me hace falta. Volvió. Tragó dos más. Se llevó la mano a la cabeza, pero no sabía si verdaderamente la mano le tocaba la cabeza o la almohada. Eran duras ambas. Aquello la envolvía y sentía frío, intenso. Le consumía los huesos. Pensó en Eva y en cuando fue corista. Sí, claro. Eso era fácil l recordarlo. Y lo otro, lo que viene, también lo veía claramente. Descentrada, sacó una mano y volvió a marcar los cinco números, pero el ruido, el que ahora no quiso escuchar. No quería. Anhelaba mejor un cigarrillo, o sus botellas de whisky escocés. Pero no era posible. Aquello la envolvía, esa masa dispareja, repugnante y ella no iba a poder adaptarse.

Cedió. Alguien tiene que ceder. But the movies, yes, the movies. There will come some others. Not me, I am siek an tired. Antes y después. Sure. Después era lo importante. El calendario lo iban a sacar sin piedad. Ya no habría pudor, ni siquiera el que no perdí nunca. Sure. Who cares. Estaba sintiendo necesidad de apoyarse en algo. No en la almohada. Estaba dura.

Esa masa dispareja resultaba insoportable. En la gaveta, el diario. No, ya no estaba. Alguien lo había tomado. Ella misma. Sure, sí. Lo había despachado antes. Hundió nuevamente el índice, pero ahora se le iba más allá del disco de marcar, mucho más allá, lejos, cinco, seis números, no, era uno sólo; salir, uno.

Había que sacarlo de allí, y entonces hizo un esfuerzo múltiple de salirse, porque estaba yéndose íntegra, y vio, podía ver todavía que la esperaba otra masa, ¿o era la misma?, dispareja, sucia, incolora, que la volvía a tomar entre sus formas y se la tragaba completa, y quiso gritar, pero no podía salir nada de su garganta, y quiso recordar, pero era imposible; aquello era lo último, lo antes; no deseó un cigarrillo, ni un whiskey escocés, sino ayuda, auxilio, help me definitivamente.

Aquel ruido monótono sonaba lejano y entonces lo deseó, no era asirse a algo sino salir, ahí era peor. Salir, los seis números, o cinco, pero ayuda, ayuda.

Vio un ramo de rosas rojas.

(Tomado de le revista El Pez Original, No. 2, julio-septiembre de 1968, Panamá.)


Roberto McKay
Publicado en: Antología critica de joven narrativa panameña. FEM, México, 1971.


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