PanamáPoesía.com

Samantha y "Las Hogueras",
por Álvaro Menéndez Franco

(Fragmento)

Un vuelo roto
Cubre tu estatura
De niña precoz
y pacifista.

Avanza
la llama de la muerte
y de un tajo convierte
tus alas de plumas
en ceniza, en humo, en pavesa.

¡0h Samantha! ¡Oh Samantha!
Un manotón de aire, un vaho de sangre
Hélices de hielo y hierba seca
Capturan de tu perfil
su viva piel y tus músculos dulces.
Tus huesos se retorcieron
como la goma de mascar
mientras el cristal azul
de tus ojos se evaporó en segundos,
en un segundo que es la exacta medida
entre la vida y el olvido.
Niña pura, rama de olivo vital
Paloma verde, gacela del amor inicial,
cinta naranja cayendo de la altura
cual un río de lágrimas y acero;
hoy tu muerte pasta con rudos dientes
sobre nuestros corazones de pana
y la cantata de tu voz es tan sólo
un eco trepado sobre un ciprés centenario
donde los niños no tuvieron fuerza
para avisarle al mundo tu caída.

Un millón de nidos sin pájaros
no hacen de tu tragedia testimonio
ni los pinos resecos en mitad de la aurora
cantan por ti sus melopeas.

¡Oh Samantha! ¡Oh Samantha!
Niña fuerte que echaste sobre
tu frágil cuerpecillo
la locura homicida de la guerra
para dormirla con golpes de heliotropo
con alas de colibrí y con lengua de muñeca
reencarnada en mitad de la Plaza Roja
oyendo el carrillón de San Basilio
y mirando el rocío en las tumbas
escuetas de los muros del Kremlin.
Escribiste una carta inmortal
al jefe de aquella patria nevada
y aparentemente hostil a la tuya.

Aceptaste para tu ruta
las flagelaciones de la mentira
las siete caídas de la incomprensión
el odio, el recelo, la burla, la indiferencia,
la desconfianza mutua,
rumbo a tu Monte Calavera.
Fuiste crucificada por el temor
y su rechinar de dientes negros.

Ahora tu vuelo final de paloma en flamas
recalca el valeroso gesto de tu carta
de melodía total, de arpegios avizores
en un papel que flota en la mitad del mundo
entre las olas del agradecimiento
de la infancia que camina y salta
y mira con ojos de asombro el gran incendio
que brota de las pantallas de la televisión
y es reflejo del mundo de sus padres.
El infierno prometido por los gobernantes
a las feligresías del universo.
El incendio que produce frío
en el alma de las buenas gentes
y destila sangre en las fotos de los muertos
de la afrenta mundial, del terrorismo y el odio.
O las negociaciones empantanadas
con sus ruedas de oro entre los barrizales
del recelo dialéctico y la acusación diplomática.
Tú poseías juguetes maravillosos:
muñecos risueños, veloces payasos de cuerda,
un circo de rosados conejillos,
húsares azules para guardar contra la noche
y la maldad a la muñeca negra, sin disparar un tiro.

De los rompe cabezas resueltos los días sábados
Emergían los paisajes de tu extensa patria
En donde los bisontes miden la tierra
Con poderosas patas y bufidos.
Allí también pudieron verse
Las cataratas iluminando el espacio
Con sus carros de plata,
y los grandes puertos
donde el brazo rojo de las grúas
distribuye mercaderías
hacia todas las esquinas y plazas
y mercados del orbe
cabalgando el lomo rebelde
de los potros marinos.

¡Oh Samantha! ¡Oh Samantha!
Muchachita linda, común amiguita escolar,
A ti nada te diferenciaba de tu vecinita Ruth
o de tu prima Jane: ustedes son Norteamérica
Creciendo lejos de los cañones y los pífanos
Con la inquietud, eso sí, por el incendio
en otras tierras del globo terráqueo.
Con la felicidad de muchos inventos y
bienes materiales
y un supremo patriotismo cuotidiano.
Tú solías ser llevada a la escuela
En el hermoso auto de tu padre
en el blanco Condado que relucía
cual un dije de oro en las mañanas;
ibas con las mejillas encendidas
por el jabón perfumado y el agua caliente
de la ducha mañanera.

En los hermosos libros olorosos a tinta
a cuero dormido, a papiro y a pintura,
podían hallar el por qué del nacimiento
de las flores, los ríos y los niños
pero no comprendías las razón de la muerte...

En las congregaciones religiosas
solías cantar, con alta voz, en la mitad del coro
dominical las inmortales notas
del Himno a la Alegría de Henrich Heine
un poeta tan vuestro como nuestro.

Ahora puedo imaginarte
en la mesa de un restaurante
comiendo, saboreando, un hamburger
y un batido de frambuesas puras.
O puedo verte en tu pequeña habitación
de trabajo metida en el ojo de la luz
y de pie en el dintel de la historia
con un gran plumario de ganso en la mano celeste
con una estilográfica que esparce un río magenta
o una maquinilla de escribir igual a un piano
y con lápices de alas amarillas y pico negro
y una grabadora de malvavisco y pepermint
puliendo, una a una, las hermosas palabras
de la misiva trascendental y sencilla
más allá del nervioso claxon de los omnibuses
sobre las alas de los aviones de plata
o en las banderas de los trasatlánticos.

Tu carta, nuestra carta, la carta
Clamaba Paz, paz para la hermosura de la vida,
Paz para las esquilas que balan en las praderas,
Paz para la libélula fecundizando los girasoles
Con el polen más dulce entre sus vuelos.

Paz para los peces en el mar cristalino
De Nueva Inglaterra y Nueva Escocia,
Paz para los alcatraces
En sus lanzamientos
De puñales nacarados contra las ondas de agua,
Paz para las sinagogas
los templos
las iglesias
las carpas…


Publicado en: Revista Lotería. No.365 (marzo-abril, 1987). Lotería Nacional de Beneficencia, Panamá, 1987.


Atras
Inicio
Adelante

Inicio | Poetas | Poemas a la patria | Himnos | Niños | Historia | Libro de visitas

Participar

Todos los derechos pertenecen a los autores y/o a las editoriales. Prohibida la reproducción con fines de lucro.

Si quieres apoyar a los poetas y escritores panameños, compra sus libros.

Para comentarios y sugerencias. Pulsa sobre el icono para enviar un correo al administrador del sitio Sugerencias a Francisco Palacios Coronel