Cierto Mono muy goloso,
muy astuto y malicioso,
demandado fue una vez
por un temerario Gato,
quien metió como en zapato
a un Ratón que hacía de Juez.
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El Ratón, gran literato,
estudió el papel del Gato
con muchísima atención:
consultó jurisprudencia,
y, con su mucha experiencia,
entró en consideración:
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–Al melindroso Miquito
la razón no se la quito;
pero, si bien se examina,
y condeno a Micifú,
con sólo decir miú miú,
¡el Gato a mí me elimina!
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Además, ya tratadistas
clásicos y modernistas,
han sentado el precedente
de que en casos como el dicho,
se debe tener al Micho
como víctima inocente.
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Por lo tanto, se decide
no acceder a lo que pide
ese Mono en su alegato;
declararlo temerario,
pues no consta en el sumario
prueba alguna contra el Gato.
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Y, dictada la sentencia,
ese Juez, todo conciencia,
aprovechando, ligero,
del Morrongo la emoción,
dijo: –¡Cierro la sesión!
Y se metió en su agujero.
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Lo que ocurre, en conclusión,
es que en más de un laberinto,
¡sólo domina el instinto
de propia conservación!
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Publicado en: Cien años de poesía en Panamá.
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