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El presentimiento del árbol,
por Gaspar Octavio Hernández

Arbol

                Anochecía. Me detuve en el camino.
                El viento húmedo sacudía
                las frondas. Me detuve en el camino,
                ante un árbol sin flores. Alto
                como la más alta encina, aquel
                árbol perdía su copa en las nubes.
                De aquel árbol salían melancólicas
                voces. Yo las comprendía.
                Pues el árbol sufría, y habréis de
                saber que todos los que sufren hablan
                el mismo idioma, nazcan donde
                nacieren y, aun perteneciendo a
                distintos reinos de la Naturaleza.
                El árbol estaba sufriendo. Sin embargo,
                tenía una esperanza. Presentía
                que el vuelo de una paloma se
                detendría en sus ramas y . . .

Dijo el árbol: "Yo soy árbol sin flores
que en el patrio jardín creció en olvido;
jamás, jamás los pájaros cantores
— al ver mis ramas huérfanas de flores
sobre mis ramas fabricaron nido.

Todos los cierzos me azotaron. Hube
de inclinar mi ramaje blandamente,
aunque subió como ninguno sube
(muy cerca de la nube, de la nube
que hoy es nube y mañana será fuente).

El rayo quiso fulminarme. Un día
cuando pasó la tempestad, bramando
sobre el murmullo de mi copa umbría,
mientras el rayo frente a mí rugía,
yo estaba susurrando, susurrando....

¡Qué dulce es responder con dulce acento!
¡Qué dulce es responder con la dulzura
a los rudos apostrofes del viento!
Cuando me agravia el huracán violento,
¡cuánta música riego en la esperanza!

Yo soy un árbol huérfanos de flores
y huérfano de nidos. Todavía
ni hay florecencias en mi fronda umbría,
ni hay en mi fronda pájaros cantores;
pero mañana cuando empiece el día
a despedir sus dardos de colores,
una paloma alegrará mi umbría;
sus dos alas serán como dos flores;
dos alas cual dos lirios tembladores,
dos lirios de blancor de eucaristía. . .

Y la paloma al encontrarse mía,
sabrá que son caricias mis rumores
y, cuando mire que en mi tronco un día
abra herida un hachazo de dolores,
me ungirá con la miel de su armonía;
y en la desolación de mi agonía,
para alegrar mis últimos dolores
ella sola dará más melodía
que un alegre tropel de ruiseñores. . .”


Del libro: Melodías del pasado.


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