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Para Demetrio Korsi
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¡Yerras...! Yo no te adoro
por tus cabellos de oro
ni por tu tez de nieve,
ni por las melodías
de cascabelerías
que hay en tu risa breve...
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Te adoro porque sabes
ungir el alma rota
con bálsamos suaves
que tu ternura brota.
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Te adoro porque ansías
regar tus armonías
en las naves sombrías
del templo de mi alma,
donde hace tantos días,
bajo siniestra calma,
yacen mis alegrías.
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Alma celeste y triste,
alma que padeciste,
como el dulce Jesús,
insólitos agravios
-llenos de hiel los labios-
clavada en una cruz;
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Alma que desprendida
de la cruz del Dolor,
ofreciste a mi vida
tu amor como una flor;
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Te adoro.
porque una
noche que el alma nombra
con infinito duelo,
fuiste un rayo de oro
que desgarró mi sombra;
¡fuiste un iris de luna
que sonrió en mi cielo!
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1918
Del libro: La Copa de Amatista.
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