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Arrojado una vez a lo profundo
del ronco mar en alta noche umbría,
el hijo sacrosanto de María
lloró incesante la maldad del mundo.
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Y aquel inmenso llanto desprendido
de sus pupilas en el hondo océano
quedó después por invisible mano
en conchas nacaradas escondido.
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¡Cuántos, tal vez, de los que a Dios ofenden
en sus obras de amor sin comprenderlas,
en la corbata con orgullo prenden
el llanto de Jesús cambiado en perlas!
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Publicado en:
Nuevos Ritos, Nº141 y 142 de 20 de junio de 1914.
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