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A Juan M. Villalaz.
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Bajo el blanco plumón de la neblina
la silente ciudad se despereza,
mientras Febo levanta la cabeza
envuelto en una gasa blanquecina.
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El paisaje parece que bosteza
al soplo de la brisa matutina,
y la mar es un monstruo que fascina
con murmullos de fraile cuando reza.
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Hay algo en la mañana que es sagrado:
cada torre es atleta que se empina,
cada ruido un sollozo entrecortado;
y del sol a la lumbre matutina
la ciudad es un muerto acurrucado
bajo el blanco plumón de la neblina.
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Publicado en:
Nuevos Ritos, Nº104 de 1 de marzo de 1912.
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