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(Dialogan el Trovador y la Dama)
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La Ofrenda
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Para ceñir tu frente alabastrina
te traigo una corona de laureles
y la estrella más límpida y más fúlgida
que halló mi ensueño en la región del éter.
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Nada tienes que darme, Isaura mía,
en pago de mi lírico presente.
Tú me has dado tus rosas y tus lirios
y tu risueño ardor sin languideces.
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Siento en mis labios la dulzura grata
de los vinos, las fresas y las mieles
que derramaste en explosión de amores
de tu vaso de púrpura sonriente.
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Y te amo como a todo lo que es mío,
y te llevo en mi ser, como una fuente,
para apagar la sed de los que sufren
y regar el rosal de los que sienten.
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De mi predio
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Ni en la nieve que afelpa los picos,
ni en las plumas del Cisne de Leda,
hallaréis la blancura sin mancha
que en mis lirios fragantes albea.
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No crecieron a orillas del Nilo,
ni se doblan en toscas macetas;
en los flancos de firmes colinas
leche y miel sus corolas acendran
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Trovador: si los miras al paso,
hallarás menos larga la senda,
el motivo del viaje más justo
y la vida más noble y más bella.
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Pero nunca sus cálices beses
con la torpe pasión de la bestia,
sino suave, muy suave, tan suave
como un rayo de luz a una fresa.
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El Idilio
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Isaura: bajo el beso de la luna
entré anoche a tu huerto florecido
a beber en sus cálices de seda
la esencia de tus labios purpurinos.
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La brisa suave y cálida traía,
en ondas cariciosas, los gemidos
que lanzaban los frescos surtidores
de la fuente a un lucero diamantino.
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Todo en tu huerto respiraba amores:
el céfiro, las flores, los caminos
y el encaje verdoso de las frondas
cargadas de azahares y de nidos.
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De pronto, como flecha voladora,
rasgó los aires pasional suspiro
y ante el bello milagro de tus formas
el césped convirtióse en lecho tibio.
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De mi Rosal
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Trovador: en mi predio ha germinado
desde anoche, una rosa cuya esencia
tiene la misma suavidad del beso
que dejaste, al partir entre mis trenzas.
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Si vuelves, te daré de su perfume
en los panales que en mi pecho acendran
—como en copas bruñidas, de alabastro–
la miel que nunca hallaste en las colmenas.
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Trovador: ¡ten piedad de mi tortura!
El jardinero te abrirá la puerta
y yo me adornaré, para agradarte,
con el collar de mis mejores perlas.
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Y me estaré a tus pies, sumisa y blanda,
mientras desatas mi dorada trenza
y mi cuerpo se vuelve todo rosas
al contacto de todas tus abejas.
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El Ruego
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Deja, deja sin llave la puerta
porque pueda yo entrar en tu alcoba
a robarte, gimiendo de amores,
el estuche que guarda tus joyas.
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En tu lecho nupcial quiero verlas
mientras tú, recatada en la sombra,
te imaginas que un rayo de luna
caricioso delata tus formas.
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Tus zafiros, que copian el cielo;
tus rubíes, que en sangre se ahogan,
y tus claros diamantes, que ofuscan,
harán juntos mí dicha y mi gloria.
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Partiré con tan ricos presentes
cuando cante en tu huerto la alondra,
y al partir dejaré en tus umbrales,
con un beso de amor, mis congojas.
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De mi Cofre
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Trovador: por si vienes esta noche
sin llave dejaré la cerradura
para que robes todo lo que quieras
envuelto en el cendal de la penumbra.
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En mi tálamo, níveo, de azucenas,
roto mi cofre por tu mano intrusa,
te ofreceré mis perlas, mis zafiros,
y mis rubíes de encendida púrpura.
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Yo, mientras tanto, me estaré en un ángulo
del camarín, sobrecogida y muda,
con la embriaguez que me produzca el verte
robar todas mis joyas... una a una.
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Y luego, cuando el rayo de la aurora
florezca en mis kimonos y en mis fundas,
soñaré que te alejas en puntillas
besando, ya al partir, la cerradura.
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Tu Alcoba
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Como un rayo de sol, loco y furtivo,
calladamente penetré en tu alcoba
una tibia mañana de verano
perfumada de lirios y de rosas.
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Sobre un sillón de terciopelo grana
el rico traje que envolvió en sus ondas
tu cuerpo de marfil, se estremecía
presintiendo el contacto de tus formas.
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Mientras tanto, en tu lecho de batistas,
tus sábanas, fragantes y nivosas,
dejaban ver entre sus blancos pliegues
dos hermosos botones de magnolia.
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Tentación de besarlos sentí entonces,
y hospedando en sus pétalos mi boca,
al calor de mis labios se tiñeron
de púrpura inviolada sus corolas.
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Los Panales
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Trovador: sobre el pomo de mi carne
fatalmente mortal y tentadora,
flota el cielo sin nubes de mis espíritu
en un incendio múltiple de auroras.
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Di que prefieres y te haré dichoso
con mi carne sensible y dolorosa
o con el suave néctar de mi espíritu.
¿Quieres la eternidad? ¿Quieres la hora?...
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¡Lo quieres todo! ¡Ah, no serías hombre
si sólo ansiaras una de esas cosas!
¡Quieres la esencia que perdura siempre
y el capullo, que exalta, pero agosta!
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¡Tómame, pues, y pálpame, y aspírame,
que en ti puedo morir, como la rosa
que en los brazos de Céfiro galante
exhala su perfume y se deshoja!
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La Tentación
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¡Tengo sed! Una sed que me consume
y quisiera abrevar en las sonoras
linfas de tus copiosos manantiales
gustando la caricia de sus ondas.
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¡Tengo hambre! Y quisiera en mis antojos
morder las frutas frescas y sabrosas
que en las fecundas ramas de tu huerto
parecieran decir: come y reposa.
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¡Tengo frío! Frío de soledades,
y en la heladez de polo que me agobia
sueño con el armiño de tus brazos
y la tibia fragancia de tu alcoba.
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¡Ah, quién pudiera calentarse en ella
y al caer del silencio y de la sombra
mitigar la fatiga del camino
junto al ánfora griega de tus formas!
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El Ofrecimiento
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Trovador: ¿tienes sed?... Mi fuente es fresca,
y grata, y armoniosa, como el vaso
de una rosa cargada de rocío,
y aplacará tu sed con solo un trago.
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Trovador: ¿tienes hambre?... En mis colinas
crece el fruto jugoso y perfumado
del risueño jardín de las Hespérides
en espera del ante de tus manos.
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Trovador: ¿tienes frío?... ¡No vaciles!
Mi predio es un magnífico remanso,
y en él, como en las martas y vicuñas,
tendrás calor y suavidad de rasos.
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¡Tienes sed, tienes hambre y tienes frío!
¡Y yo pienso en el néctar de mis labios,
en la pulpa rosada de mis pomas
y en el tibio vellón de mi regazo!
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Embriaguez
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¡Oh! Qué filtro de amor el que me ofreces
en las sonoras ánforas citéreas
que en explosión de savias y de aromas
en tu jardín olímpico revientan.
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Vino escarlata de la vieja estirpe
que vibra en el cordaje de tus venas
mezclado con el jugo de tus ópalos
que lactan en la Fuente de Juvenia.
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¡Ah! Quién fuera la linfa en que te bañas,
el cristal en que muda te recreas
o el nenúfar fragante de tus manos
que el río néctar de tu ser me ofrendan.
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Samaritana del divino cántaro
y de la dulce juventud eterna:
¡quién pudiera beberse gota a gota
el cáliz de tu olímpica belleza!
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Consejo
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Si quieres florecer, busca el abrigo
de mis huertos en flor, llenos de luna,
donde el locuelo Amor vuelca sus ópalos
en las corolas sonrosadas y húmedas.
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Si quieres perdurar, quema tu mirra
en los braseros de mis amplias urnas
e inclina reverente la cabeza
ante el hondo misterio de mis grutas.
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Si quieres sucumbir, sacia en mis fuentes
la inmensa sed de amar que te tortura.
Toma de mis jardines lo que quieras:
las flores, o las mieles, o las pulpas.
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¡Pero si quieres alcanzar la cima
en que el amor su eternidad incuba,
sigue soñando con mis ricos huertos
sin penetrar jamás en su penumbra!
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Del libro: Viejo y nuevo
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