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Versos de Clemencia Isaura, por
Enrique Geenzier

(Dialogan el Trovador y la Dama)

La Ofrenda

Para ceñir tu frente alabastrina
te traigo una corona de laureles
y la estrella más límpida y más fúlgida
que halló mi ensueño en la región del éter.

Nada tienes que darme, Isaura mía,
en pago de mi lírico presente.
Tú me has dado tus rosas y tus lirios
y tu risueño ardor sin languideces.

Siento en mis labios la dulzura grata
de los vinos, las fresas y las mieles
que derramaste en explosión de amores
de tu vaso de púrpura sonriente.

Y te amo como a todo lo que es mío,
y te llevo en mi ser, como una fuente,
para apagar la sed de los que sufren
y regar el rosal de los que sienten.

De mi predio

Ni en la nieve que afelpa los picos,
ni en las plumas del Cisne de Leda,
hallaréis la blancura sin mancha
que en mis lirios fragantes albea.

No crecieron a orillas del Nilo,
ni se doblan en toscas macetas;
en los flancos de firmes colinas
leche y miel sus corolas acendran

Trovador: si los miras al paso,
hallarás menos larga la senda,
el motivo del viaje más justo
y la vida más noble y más bella.

Pero nunca sus cálices beses
con la torpe pasión de la bestia,
sino suave, muy suave, tan suave
como un rayo de luz a una fresa.

El Idilio

Isaura: bajo el beso de la luna
entré anoche a tu huerto florecido
a beber en sus cálices de seda
la esencia de tus labios purpurinos.

La brisa suave y cálida traía,
en ondas cariciosas, los gemidos
que lanzaban los frescos surtidores
de la fuente a un lucero diamantino.

Todo en tu huerto respiraba amores:
el céfiro, las flores, los caminos
y el encaje verdoso de las frondas
cargadas de azahares y de nidos.

De pronto, como flecha voladora,
rasgó los aires pasional suspiro
y ante el bello milagro de tus formas
el césped convirtióse en lecho tibio.

De mi Rosal

Trovador: en mi predio ha germinado
desde anoche, una rosa cuya esencia
tiene la misma suavidad del beso
que dejaste, al partir entre mis trenzas.

Si vuelves, te daré de su perfume
en los panales que en mi pecho acendran
—como en copas bruñidas, de alabastro–
la miel que nunca hallaste en las colmenas.

Trovador: ¡ten piedad de mi tortura!
El jardinero te abrirá la puerta
y yo me adornaré, para agradarte,
con el collar de mis mejores perlas.

Y me estaré a tus pies, sumisa y blanda,
mientras desatas mi dorada trenza
y mi cuerpo se vuelve todo rosas
al contacto de todas tus abejas.

El Ruego

Deja, deja sin llave la puerta
porque pueda yo entrar en tu alcoba
a robarte, gimiendo de amores,
el estuche que guarda tus joyas.

En tu lecho nupcial quiero verlas
mientras tú, recatada en la sombra,
te imaginas que un rayo de luna
caricioso delata tus formas.

Tus zafiros, que copian el cielo;
tus rubíes, que en sangre se ahogan,
y tus claros diamantes, que ofuscan,
harán juntos mí dicha y mi gloria.

Partiré con tan ricos presentes
cuando cante en tu huerto la alondra,
y al partir dejaré en tus umbrales,
con un beso de amor, mis congojas.

De mi Cofre

Trovador: por si vienes esta noche
sin llave dejaré la cerradura
para que robes todo lo que quieras
envuelto en el cendal de la penumbra.

En mi tálamo, níveo, de azucenas,
roto mi cofre por tu mano intrusa,
te ofreceré mis perlas, mis zafiros,
y mis rubíes de encendida púrpura.

Yo, mientras tanto, me estaré en un ángulo
del camarín, sobrecogida y muda,
con la embriaguez que me produzca el verte
robar todas mis joyas... una a una.

Y luego, cuando el rayo de la aurora
florezca en mis kimonos y en mis fundas,
soñaré que te alejas en puntillas
besando, ya al partir, la cerradura.

Tu Alcoba

Como un rayo de sol, loco y furtivo,
calladamente penetré en tu alcoba
una tibia mañana de verano
perfumada de lirios y de rosas.

Sobre un sillón de terciopelo grana
el rico traje que envolvió en sus ondas
tu cuerpo de marfil, se estremecía
presintiendo el contacto de tus formas.

Mientras tanto, en tu lecho de batistas,
tus sábanas, fragantes y nivosas,
dejaban ver entre sus blancos pliegues
dos hermosos botones de magnolia.

Tentación de besarlos sentí entonces,
y hospedando en sus pétalos mi boca,
al calor de mis labios se tiñeron
de púrpura inviolada sus corolas.

Los Panales

Trovador: sobre el pomo de mi carne
fatalmente mortal y tentadora,
flota el cielo sin nubes de mis espíritu
en un incendio múltiple de auroras.

Di que prefieres y te haré dichoso
con mi carne sensible y dolorosa
o con el suave néctar de mi espíritu.
¿Quieres la eternidad? ¿Quieres la hora?...

¡Lo quieres todo! ¡Ah, no serías hombre
si sólo ansiaras una de esas cosas!
¡Quieres la esencia que perdura siempre
y el capullo, que exalta, pero agosta!

¡Tómame, pues, y pálpame, y aspírame,
que en ti puedo morir, como la rosa
que en los brazos de Céfiro galante
exhala su perfume y se deshoja!

La Tentación

¡Tengo sed! Una sed que me consume
y quisiera abrevar en las sonoras
linfas de tus copiosos manantiales
gustando la caricia de sus ondas.

¡Tengo hambre! Y quisiera en mis antojos
morder las frutas frescas y sabrosas
que en las fecundas ramas de tu huerto
parecieran decir: come y reposa.

¡Tengo frío! Frío de soledades,
y en la heladez de polo que me agobia
sueño con el armiño de tus brazos
y la tibia fragancia de tu alcoba.

¡Ah, quién pudiera calentarse en ella
y al caer del silencio y de la sombra
mitigar la fatiga del camino
junto al ánfora griega de tus formas!

El Ofrecimiento

Trovador: ¿tienes sed?... Mi fuente es fresca,
y grata, y armoniosa, como el vaso
de una rosa cargada de rocío,
y aplacará tu sed con solo un trago.

Trovador: ¿tienes hambre?... En mis colinas
crece el fruto jugoso y perfumado
del risueño jardín de las Hespérides
en espera del ante de tus manos.

Trovador: ¿tienes frío?... ¡No vaciles!
Mi predio es un magnífico remanso,
y en él, como en las martas y vicuñas,
tendrás calor y suavidad de rasos.

¡Tienes sed, tienes hambre y tienes frío!
¡Y yo pienso en el néctar de mis labios,
en la pulpa rosada de mis pomas
y en el tibio vellón de mi regazo!

Embriaguez

¡Oh! Qué filtro de amor el que me ofreces
en las sonoras ánforas citéreas
que en explosión de savias y de aromas
en tu jardín olímpico revientan.

Vino escarlata de la vieja estirpe
que vibra en el cordaje de tus venas
mezclado con el jugo de tus ópalos
que lactan en la Fuente de Juvenia.

¡Ah! Quién fuera la linfa en que te bañas,
el cristal en que muda te recreas
o el nenúfar fragante de tus manos
que el río néctar de tu ser me ofrendan.

Samaritana del divino cántaro
y de la dulce juventud eterna:
¡quién pudiera beberse gota a gota
el cáliz de tu olímpica belleza!

Consejo

Si quieres florecer, busca el abrigo
de mis huertos en flor, llenos de luna,
donde el locuelo Amor vuelca sus ópalos
en las corolas sonrosadas y húmedas.

Si quieres perdurar, quema tu mirra
en los braseros de mis amplias urnas
e inclina reverente la cabeza
ante el hondo misterio de mis grutas.

Si quieres sucumbir, sacia en mis fuentes
la inmensa sed de amar que te tortura.
Toma de mis jardines lo que quieras:
las flores, o las mieles, o las pulpas.

¡Pero si quieres alcanzar la cima
en que el amor su eternidad incuba,
sigue soñando con mis ricos huertos
sin penetrar jamás en su penumbra!


Del libro: Viejo y nuevo


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