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Comunión de la tristeza
que purificas el alma;
roja y crepitante hoguera
que sueles servir de fragua
para templar los aceros
con que en las lides mundanas
se combaten las inquinas,
la traición y las infamias.
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Comunión de la Tristeza:
vaso de hieles sagradas
que dan fuerzas al espíritu
para soportar las rachas
con que pretende abatirnos
la maledicencia humana.
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Tristeza de la niñez,
pletórica de fragancias,
ante el juguete imposible
como la estrella lejana.
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Tristeza torturadora
del primer amor que pasa
dejando vuelta jirones
nuestra ternura más casta.
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Tristeza de ver morir
a la mujer adorada
y mustias las ilusiones
y rotas las esperanzas.
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Tristeza de ver al bueno
víctima de la desgracia,
a la virtud ofendida,
al vicio en traje de gala,
al talento por los suelos
y en la cumbre a la ignorancia.
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Tristeza de hacer el bien
y recibir, como paga,
o el olvido del deudor
o su mezquindad bastarda.
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Tristeza, en fin, de mirar
como la vida se apaga
sin poderla mantener
como una perenne lámpara
y sin prender más incendios
con las estrofas aladas
que van subiendo al cerebro,
como espirales de llamas,
desde lo más escondido
del corazón que se abrasa.
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Sublime y santa Tristeza
que purificas el alma:
al que nunca te ha sentido
se le debe tener lástima!
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1944
Publicado en:
Revista Lotería, Julio 1944, Nº 38
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