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“Por usté que es mi gloria, y mi alegría,”
dice tirando la montera a un lado
y con paso resuelto, acostumbrado,
las iras de la bestia desafía.
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De garbo, arrojo y singular maestría
hace gala en la lid; ensangrentado,
con el acero hasta la cruz clavado,
rueda el bruto a sus pies, en agonía.
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La delirante multitud aclama
al victorioso diestro y a la dama
que en el instante aquel su rango olvida,
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del alma cede a los impulsos bellos
y una rosa que adorna sus cabellos
arroja al redondel agradecida.
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Enero: 1909.
Publicado en: Nuevos Ritos, Nº 41 de 15 de diciembre de 1908.
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