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¡Oh bello día! ¡oh luz consoladora!
ven a sacar mi mente pensadora
de la densa tiniebla en do palpita;
ven a calmar mi pecho, que se agita
y anhela con afán la dulce aurora.
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Aparta de mis ojos ¡oh luz bella!
ese hondo abismo que en mi fe hace huella,
y en el que se hunde la verdad que anhelo,
así como se pierde en el cielo
los últimos fulgores de una estrella.
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Parece que las sombras se complacen
en verme padecer cuando deshacen
una esperanza que en mi pecho luce;
mientras la mente con calor produce
ideas miles que expirando nacen. . .
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¡Cuán preferible es la verdad desnuda
sin que a mirarla el corazón acuda
de la ilusión con el hermoso prisma!
pues más terrible que la muerte misma
es la implacable noche de la Duda.
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Publicado en:
El Heraldo del Istmo, Nº 8 de 11 de mayo de 1904.
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