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La Tarde, la adorable romántica, la eterna enamorada
del Sol está muy pálida, porque ha sido mordida por
los celos.
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El Día, ese paje gallardo de blondas guedejas y
pupilas de azul, le ha dicho al oído en secreto estas palabras:
“tu amado no te quiere; le he sorprendido esta
mañana en brazos de la Aurora.”
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La indignación de la amante engañada ha sido
suprema.
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Al mirar a su amado que siempre esquivo se le aleja,
lo ha visto palidecer también. . . ¡Tal vez porque
ha sospechado que ella ha descubierto su secreto!
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Sigue tras Él, lo persigue, le arranca del cinto su
espada de celajes y se la hunde al infiel en el corazón.
El Sol rueda exánime y su sangre, que a borbotones brota,
salpica el cielo inundando el horizonte. . . . . . . .
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Corre entonces la Tarde hacia su amado, lo toma
en sus brazos y después de llenarlo de caricias, desesperada,
loca, se precipita con Él en los abismos de la
Noche.
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Publicado en:
Nuevos Ritos, Nº 50 de 1º de septiembre de 1909.
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