El mar solloza. De su pecho rudo no brotan ya lamentos ni rugidos: está el gigante pensativo y mudo y la noche le cuenta sus latidos.
Diana aparece en su argentado coche, pasa un ave marina, lanza un grito; y el mar, en el silencio de la noche, es como el corazón del Infinito.
Publicado en: Nuevos Ritos, Nº 40 de 30 de noviembre de 1908.