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No envidio al hombre en cuyo numen brilla
con destellos de sol la inteligencia;
ni al sabio que a los otros maravilla
con sublimes prodigios de la ciencia.
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No envidio a aquel que en medio de riquezas
a las desdichas despreciar parece;
ni al héroe luchador cuyas proezas
son el oro de un nombre que enaltece.
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No envidio, no, al monarca poderoso
a quien venera y obedece un mundo,
ni envidio al bardo de astro luminoso
que halla pureza hasta en el fango inmundo.
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Envidio un imposible, del que vienen
recuerdos de tristeza a mi memoria,
pues solo envidio a los que madre tienen
porque es tener la incomparable gloria.
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