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Cando la pena el alma nos devora
al sentirse olvidado el corazón,
fluctúa entre el despecho y el perdón
el dolor, cual tormenta abrumadora.
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Cuando el adiós a quien el pecho adora
nos manifiesta cruel separación
envuelve entre su niebla una ilusión
el dolor, como duda aterradora.
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Pero cuando la muerte al más querido
ser nos arrebata con fría calma,
y al fin alcanza el corazón herido,
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de la resignación la augusta palma,
es el dolor calvario bendecido
y regado con lágrimas del alma.
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