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Salve, dueño de Roma! Clama el pueblo servil,
y escuchando el estruendo de ese unísono grito
sigue César altivo, sin mirar el delito
que lo acecha en la sombra cual lo hiciera un reptil.
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Y las turbas escoltan al guerrero gentil
proclamando sus triunfos, su valor inaudito;
por eso él, engañado, no ha leído el escrito
que le dio aquel amigo de la barba senil.
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Hiere el brazo de Casio por la espalda el primero,
César vuélvese, y lucha con las iras de un león;
mas, trocóse en angustia su coraje guerrero
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al sentir, cuando Bruto le tiró al corazón,
cómo hería más hondo que la daga de acero
el puñal tembloroso de la negra traición!
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Publicado en:
Nuevos Ritos, Nº 49 de 15 de enero de 1909.
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