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Sal Si Puedes,
por Santiago D. McKay |
LA CIUDAD QUE SE PERDIÓ
SAL-SI-PUEDES
Por: Santiago D. McKay
(Fray Rodrigo)
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Ningún trozo de calle en la ciudad tiene una historia más sombría y tenebrosa que ésta calle 13 Este de hoy, a quien conoció la generación pasada con el simbólico nombre de “La Bajada de Sal-si-puedes,” asiento de la colonia china, esquiva y metódica, que ha llenado en esta capital muchas páginas de misterio, dejándonos una ligera insinuación de sus vicios, una completa despreocupación por sus ritos religiosos y una indiferencia por sus costumbres.
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El elemento oriental ha sentado sus reales en esta calle; aislados del contacto resuelto con la gente del país, lució sus largas moñas, sus vestidos típicos, rindió tributo a sus cultos religiosos y cuando supo del florecimiento de la república, enderezó rumbo hacia la civilización occidental, llegando a organizar un club social, pero sin salirse de su reducto tradicional.
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La Bajada de Sal-si-puedes, que tiene ladrillos, brazos de rieles para el tranvía, casas de cinco pisos, boticas, vendedores ambulantes en las aceras donde han sentado sus reales billeteras y dulceras, fue hace años una calle de piedras vivas, con aceras torcidas y llena de tiendas chinas que por lo regular eran obscuras y tenebrosas, y que dieron, por esta circunstancia, margen a la leyenda que la arropó por muchos años.
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La leyenda relata crímenes que se desenvolvieron misteriosamente en este retazo de la ciudad; se refiere que muchos niños fueron robados y luego, la carne joven y blanda, fue la selección macabra de banquetes y orgías; como en ella se recogieron criminales que nos llegaban por los cuatro costados, el peligro del hampa se impuso: tósigos, puñales y garrote; como todo se prestaba en ella para el vicio, el instinto oriental del juego, abrió los antros en donde muchos incautos pagaron con sus vidas los besos de la buena suerte. La Bajada de Sal-si-puedes llegó a ser el borde de la muerte y por eso una dama chilena, Florinda Landero, cierta vez que presenció el desatino de una puñalada sobre el vientre de un pobre jugador afortunado, le dio ese nombre.
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Y se cuenta, con muchos visos de verdad, que todo aquel a quien sorprendían las siete de la noche en una casa de juego, en una cantina o en una tienda cualquiera, permanecía, para no perder la vida, en el mismo lugar. Salir a la calle después de la hora mencionada, significaba la muerte y eso era ya una amenaza respetable.
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Luego, a medida que los años fueron pasando, Sal-si-puedes entró en una franca regeneración. El terror oriental fue disminuyendo, los chinos se hicieron más amistosos, respetaron más nuestras costumbres y poco a poco han ido abriendo sus brazos a los elementos extraños.
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De todos los chinos, ninguno ha sido en ésta calle más conocido y estimado que Chong Chang. Frente a la tienda de Po Yuen actual, tenía sus negocios y todo Panamá desfiló por allí en busca de víveres y de artículos de primera necesidad. Chong Chang pronto se hizo rico y regresó a la China. La Bajada de Sal-si-puedes se estremeció por primera vez de pena y sufrió por muchos años la nostalgia de la partida del oriental benévolo y complaciente. Ahora, como él, hay otros: Ta Son, Po Yuen, los Chen que a pesar de ser muy estimados no regalan a los muchachos, para las fiestas del año nuevo chino, con chirimoyas, con dulces chinos en conservas, que nadie comía ….. Ahora van a la altura de nuestras costumbres y sólo tienen el afán del dinero y del amor barato.
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La Bajada de Sal-si-puedes, en virtud de su historia y de su aroma de leyenda, es una de las pocas calles que conserva su nombre. Las otras ya no quieren llamarse Calle del Agua, del Platanar, las Chancletas, Boyaín, Callejón del Chicheme, Caldas, Las Tablas, Las Damas, Las Perras, etc. Ahora tienen otros títulos llenos de números, de letras aisladas que rubrican los cuatro puntos cardinales.
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Como esta calle es como un índice para el Mercado, se levanta a las cinco de la mañana y a medida que avanza el día, se torna en verdadero pandemonium; por allí sube y baja la cocinera, que en la operación de compra tuvo una ganancia neta de cinco reales; por allí el carretillero que va luchando el valor de un “camarón” ; por allí la fila de las billeteras que se pasan toda una mañana sentadas para vender tres pedazos y por allí, en general, todo Panamá en busca de alimentos.
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Este alboroto de Sal-si-puedes va decayendo lentamente. Alrededor de las cuatro está casi desierta y entonces aparecen, las parejas románticas, rumbo al malecón. Cuando la noche se acuesta, Salsipuedes comulga con la soledad y bruscamente surge el alma del pasado, la posible veracidad de la leyenda y el terror de sus sangrientas tradiciones. Cuando desde la esquina de la Avenida Central me he detenido a contemplar la lírica obscura de la calle y me he puesto a sorprender los relatos de las sombras que cruzan de una acera a otra, he sentido miedo de ir calle abajo para no ser motivo de un secuestro o la víctima escogida para un banquete macabro.
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