Eras un campesino simplemente
con una voz de blancos caseríos,
con ruda mano de sembrar la tierra
y una vigilia de secreta espiga.
Hijo de humilde carne panameña,
la incertidumbre y el dolor te hicieron
llamarada de furia y de relámpagos.
Y te llamaron general aquéllos
que enterraron tus sueños de labriego.
General Cholo. General del pueblo.
Harapiento general campestre,
vestido por el trébol y la harina,
con charreteras de intemperie y sombra.
Como crecen los ríos en invierno
crecieron tus pisadas insurgentes,
y tu rostro de cobre familiar
surgió como una cordillera nuestra,
como un rebelde símbolo despierto
en la frente amorosa de la patria.
Por eso te encontramos paso a paso
en la dura faena de la angustia.
Y pensamos en tí cuando la lluvia
es un arpa de bosques substanciales.
Te encontramos al pasar un río
donde el ancho rumor es una queja,
y recordamos tu perfil guerrero
cuando algún labrador en su nostalgía
atraviesa la tarde con su canto.
Y sentimos tu marcha irreductible
en la terca esperanza de las siembras,
en el milagro azul de las cosechas
donde la fronda sueña muchas veces
que vuelves a poblar los horizontes
con tu amor maltratado y luminoso.
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